Vamos a la plaza
La Plaza de Armas de Trujillo es punto de referencia de la ciudad. Allí se encuentran, desde pintores, ambulantes, cantantes hasta predicadores. ¿Qué fue lo último que hiciste en ese parque?
Es común, aún en estos días en
los que el tiempo suele esfumarse cada vez más rápido, hacer un alto y sentarse
a descansar en una de las bancas de nuestra Plaza de Armas, corazón de Trujillo,
que alberga a los más diversos personajes y donde puedes adquirir desde una
golosina, hasta el más hermoso de los retratos.
Caminando sobre ese pavimento,
que cada año se hunde más, probablemente te topes con varios ambulantes, quienes
te ofrecerán amablemente sus productos o tratarán de casi obligarte a que se
los compres; predicadores que te exhortarán para que cambies lo antes posible a
fin de que salves tu vida; fotógrafos, novatos y experimentados; pintores,
generalmente sumergidos en un mundo aparte; y hasta con una tuna que le canta a
una simpática muchacha, pensando en esa enamorada ausente.
“Yo soy el fotógrafo más
antiguo de la Plaza de Armas”, se presenta Carlos Rebaza Villacorta (35), quien
lleva trabajando 17 años en el mismo lugar. “Soy el único que todavía conserva
la cámara al minuto, pero he tenido que optar también por la de formato digital
porque es lo que la gente prefiere”, cuenta mientras sonríe orgulloso. Luego,
mira a los costados y me señala a uno de sus colegas. “El problema es que ahora
hay mucha competencia, muchos que se hacen llamar fotógrafos cuando hace unos
años vendían bizcochos, chupetes… como él, por ejemplo”, se desahoga y, tras
suspirar unos segundos, critica: “Ellos no entienden que la fotografía es un
arte”.
En efecto, diariamente
llegan alrededor de 20 fotógrafos, todos ellos vistiendo un chaleco con la
palabra “autorizado” en la espalda, lo que les permite trabajar sin tener
problemas con serenazgo. Sin embargo, no superan en número a los vendedores
ambulantes que, aun cuando su circulación en la Plaza de Armas no está
permitida, proveen a los peatones de manzanas de dulce, canchita, llaveros,
libros, lentes, golosinas o juguetes.
“Llevo trabajando acá tres
años, pero antes he vendido en muchas plazas de armas de otras ciudades. Me
gusta viajar”, cuenta Juan Ceclén Vilchez (34) con voz alta y ronca. “Vengo aquí todas las tardes, pero los días
más productivos son los domingos, cuando la plaza se llena de gente”. Se despide educadamente y luego
intercepta de forma brusca a la primera persona con la que se cruza para
ofrecerle golosinas y llaveros.
Continúo paseando y observo
escolares en grupos, jugando y riendo; parejas sentadas en bancas, conversando
animadamente con los ojos fijos el uno del otro; ancianos descansando y niños
corriendo, vigilados distraídamente por sus padres. Entonces una tuna se acerca
a una de las parejas y empiezan a cantar con alegría y entusiasmo. Los jóvenes,
al principio, ríen nerviosamente, pero luego se dejan contagiar por tal júbilo
y terminan aplaudiendo a los estudiantes.
“Nosotros somos de la
Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, de Huaraz. Esta es la tercera
vez que venimos a Trujillo”, relatan mientras bromean entre ellos. El que
parece ser el líder comenta que la Plaza de Armas se nota más ordenada y segura
que hace algunos años. “Sólo esperamos que nos dejen tocar”, recalcan y
empiezan a interpretar otro tema musical.
Sentado en una de las esquinas
de la Plaza Mayor, Félix De la Cruz Lezama (50) observa todo en silencio, ajeno
al trajín que se desarrolla diariamente cerca a él. La gente pasa sin fijarse
en sus cuadros, quizás acostumbrada a verlos siempre en el mismo lugar. “Pinto
desde 1984 y, aunque estudié en varios centros, aprendí más en la misma calle”,
me responde tímidamente. “Aquí llevo trabajando 13 años. Algunos días gano
bien, pero otros no saco ni para el pasaje (ríe). Es un negocio impredecible”.
Don Félix, con sólo un lápiz carbón y una cartulina, puede dibujar pulcros
retratos que después vende a 10 nuevos soles… un talento bastante abaratado.
A pesar de que el sol cae
sobre el Monumento a La Libertad y se acerca la noche, a la Plaza de Armas
sigue llegando gente de todas las edades, condiciones sociales, con diversos
oficios y particularidades. Ellos esperan pasar un momento agradable,
tranquilo, olvidarse de sí mismos un rato y admirar la noche trujillana.
Silvana Díaz Burgos